sábado, 23 de octubre de 2010

De nuevo a la vida

    Compartimos con ustedes el relato de un amigo, de un compañero, de un artista. Un cuento de Nicolás Castillo, un guardián de Atahualpa.

   Siempre hay un nuevo momento en la vida, en donde algunas cosas se aclaran y con ayuda de la suerte construida, aparece una gran sonrisa.
     Levantarme a las 4 de la mañana con ganas de leer, matear y tocar la guitarra es una rutina poco común, ya que a esa hora  suelo verme entre amigos y alcohol o sino en un sueño fantástico, pero jamás delante del espejo y con esas ganas de salir como si fuera el primer día en que algo podría pasar.
      Y bueno, encendí el chancho, le di play a Yusa y pensando más en esa musiquita que en los libros que luego quise leer; me puse a hojear “El informe de Brodie” y “El canto del viento”. Lento y corto fue  aquel momento, porque lo que sucedió después terminó con eso.
       Pero lo que sí, es que transcurrió un buen rato, quizás media hora hasta que Pocho, mi perro, pidió salir a mear y volvió mordisqueando su rama. Se la tiré lejos y volvió muy rápido. La lancé más lejos, corrió a trote firme, la trajo entrando a la cocina y se sentó
—¡Bien Pocho!, dije mientras lo tocaba en la cabeza.
—¡Guau!, sonó su garganta, pareciendo entender.
     No quiso jugar más y fue mejor para mi, que aunque estaba tratando de engañarme a mi mismo —creyendo que quería leer en vez de musiquear— me enfriaba  en el patio porque eran las 7 de la mañana del invierno y el suéter que llevaba puesto era muy fino.
     Fue en ese momento, en donde pasó todo. Allí fue el crimen. Creo que los 2 o 3 relatos que leí en “El informe de Brodie” hablaban de la muerte. Tal vez sólo por eso pensé en matarlo, y en monólogo internó declaré:
      —Miedo, estás fuera de esta vida, mi vida.
¿Quién dice que hay que andar de terapia para resolver las cosas? Hay pibes que arreglan los crímenes injustos mediante ajuste de cuentas, en persona, de manera cruda, a mano armada. Y al filo estaba mi inconciente y me dispuse a enfrentar a un jinete montado, a la estructura, dura de por sí, estructurante por definición, y le dije:
     —El arte, a partir de ahora, es lo que yo quiera. No me vengas con pavadas, que desde hoy paveo sólo.
    Y era cierto, aunque sabía que con eso no bastaba. Debía ir por más y sin las armas de las armas, las guitarras criollas, averiadas en batallas anteriores. ¿Qué le iba a cantar al miedo, sin tambor y sin las cuerdas?
    Ahí aparece lo extraño, si es que algo de esto puede ser llamado normal. Atahualpa, zurdo y ávido de experiencias del caminar en uno mismo, se hizo escuchar una vez más. Me pareció oír hablar a su fotografía:
Una mano en la guitarra y al otra firme en el papel, muchacho, porque el cambio empieza en el corazón y quién sabe donde termina cuando la voz canta con el viento.
   Y así fue, nada menos que un resurgir atento de una mano y otra. La izquierda tomó la guitarra sin tocarla y la derecha, móvil, ágil y en lucha derramó tinta negra, barata y china para terminar con la cosa. Así es que fue, con la izquierda y la derecha unidas y contra la cosa que en mi había provocado alguna vez, malestar.
    Pero, ¿qué es esa cosa? Es la cosa que da miedo y cierra el corazón. Es cosa porque ese es su nombre y como no se que es, no es un problema. Lejos de ser un objeto científico —para la psicología— sólo es una cosa que al fin del cuento corto será un recuerdo mal vivido del invierno, como un calefón que no supo entibar un poco los caños para tener un baño caliente.
    Es que donde se abre la historia. Termina, porque empieza a ver su camino el caminante. La cosa era algo y ahora es tiempo de otra. La vida cambió y la cosa es memoria. El mate está muy lavado y por fiero que es ahora su gusto si o si tengo que cambiarle la yerba. Pero, esta mañana también es historia y el fin del cuento es el principio en donde empieza otra etapa. Es que es necesario volver a llenar la pava y calentar el agua.
     ¿Y la guitarra? ¿Y los libros? ¿Y la mañana? En la próxima batalla contra mi serán fieles amigos y  guerreros que sin paz alguna irán en busca del miedo que antes me había inventado. Ahora es mediodía y puedo ver lo nuevo del camino. Quizás invente otra cosa, para pelearla escribiendo y musiqueandole con nuevos versos para esta memoria.

08 de agosto de 2010
Nico Castillo

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