martes, 19 de octubre de 2010

Gugui: un canillita especial

 En todos partes siempre hay personajes inseparables de nuestras vidas cotidianas, sencillos, autóctonos, y a su vez enormemente populares por la alegría y la comunicación humana que nos dan. Son personas que no son noticia pero en cambio son parte de la gran riqueza de nuestros paisajes. Aquí un ejemplo del color particular de la localidad de Piedras Blancas. ¡Que lo disfruten!

Gugui, el canillita de Piedras Blancas
Con un caminar marcado, pero suave a la vez, recorre las calles del pequeño pueblo que lo vio nacer. Las mañanas son sus favoritas, ya que de otra forma la novedad se transformaría en historia pasada si llegara en cualquier otro momento del día. Camina y camina aquel portador de información ansioso por completar la venta de los periódicos que serán leídos por los curiosos pobladores. Pero no es un canillita como cualquier otro, él es especial por dos motivos: el primero y quizá el de menor importancia (esto no quiere decir que no la tenga) es que es la única persona que tiene esta profesión en el lugar; y la segunda razón por la que  trasciende su oficio es que posee una discapacidad mental. Esto no lo hace inferior, sino todo lo contrario, lo hace un ejemplo. En el pueblo todos lo conocemos como Gugui, pero su nombre es Vicente.
Los senderos se abren ante los pasos de Vicente. Un “hola, ¿cómo te va?” puede resultar muy particular en la voz de este caballero andariego que buscará agotar la cantidad de diarios que llegan a este lugar de la provincia. Nada más especial.
Las mañanas de Vicente comienzan frente a su casa. Sentado en el pilar, junto con el dueño de la panadería (que es, también, familiar suyo) comparten, entre mate y mate, la primer charla del día. Bizcochitos de por medio, palabras van, palabras vienen, el desayuno se hace rescatando acontecimientos, grandes o pequeños, públicos o privados, buenos o malos.
Con su gorra de colores azul y blanco, su pantalón de jeans, sus zapatillas y un portafolio de lona azul, comienza el recorrido en el cual encontrará a sus amigos y clientes y a todo aquel que tenga ganas de leer las noticias que contienen los diarios que llegan a la localidad.
Irá a retirar a la agencia de quiniela de don Battisti (donde llegan los pedidos de revistas), el manojo de ediciones que llegó antes de que el sol asomara sus rayos para, luego, comenzar con la actividad que lo hizo popular.
En el camino no gritará: “¡Diario, diario!” como lo hacen en la ciudad. Pasará, como paseando. Quien desee lo hablará y le pedirá que le acerque las novedades impresas en papel. Atentamente se arrimará y cambiará su tesoro por dos monedas (una de un peso y una de cincuenta centavos).  Pero que nadie intente joderlo. Conoce perfectamente el dinero y sabe entregar el cambio justo cuando el pago que cualquier lector hace supera el peso con cincuenta.
Así, terminará, cerca de la mitad de la mañana, el andar comprometido de su labor. Llevará la recaudación a la agencia. El dueño de ésta, le dará a Vicente, el porcentaje que le corresponde en relación a la cantidad de ejemplares vendidos.
Y luego, partirá contento a su hogar.
A pesar de que su oficio es matutino, el día de Gugui no termina allí. Después de haber descansado unos minutos, se preparará cuidadosamente para asistir a las clases y los talleres del Centro de Integración para el Discapacitado (C.I.D.) de la localidad. En este lugar, compartirá, con otras personas especiales como él y con profesionales, tareas que le ayudarán a crecer y desarrollar dotes que de a poco se dejan ver.
Por las tardes, acompañará a su familia en la casa. O quizá estará disfrutando junto a los panaderos de unos deliciosos mates. Puede que, también, se haga un tiempo para recorrer junto a su madre las calles que durante la mañana fueron suyas pero que ahora compartirá con un ser para él muy especial.   

Por Noe Bruno

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